JULIO ANTº FERNÁNDEZ LAMUÑO
Nuestro Colegio de Ingenieros Técnicos Agrícolas de Asturias está de enhorabuena con la inauguración de un nuevo servicio técnico en el departamento de publicaciones, utilizando las ventajas y beneficios que nos ofrecen los avances técnicos en el mundo del Internet. Cuando, hace ¾ de siglo se creó nuestro Colegio (con el simple título de Colegio de Peritos Agrícolas) éramos menos de veinte los miembros del mismo y, aunque pocos años después se llegó a afiliar el número 21, funcionando en local de prestado, había una presencia de solo varones, siendo algo posterior la entrada del personal femenino en este Colegio.
Mucho han cambiado las cosas desde aquellos ya lejanos días de la década de los 1940 a los de hoy, en los que disfrutamos de un magnífico local (ya propiedad del propio Colegio) amplio, luminoso, céntrico y cómodo, en el que venimos celebrando nuestras habituales reuniones. En estas destaca la presencia de señoras y señoritas Ingenieras (cada día más numerosa) que nos dan, con su valía técnica y humana, esas notas de color, de vitalidad y de belleza, que aseguran un porvenir espléndido y un eficaz y diligente trabajo profesional para todos los componentes de nuestro Colegio.
Para quienes conocimos la agricultura del occidente asturiano en aquellos tiempos de mediado el siglo XX en los que se carecía de muchas cosas que son, en estos tiempos de progreso y revolución técnica, de uso común y obligado, resultando sorprendente contemplar este espectáculo de contraste vivo y palpitante. Poco parecido tienen aquellos minifundios de cuatro o cinco vacas, con una estrecha economía de minifundio (y ya desaparecidas), a las modernas explotaciones agropecuarias que en nuestro días mantienen las esencias productivas de las tierras asturianas. Pero sí conservan, y en creciente valoración, la presencia de la mujer campesina que de siempre fue el factor multiplicativo del trabajo, y la que dio consistencia, eficacia de gestión, y unión familiar a cuantos integraban la empresa agropecuaria.
En efecto, si el trabajo más rudo (en aquella época sin tractores y de escasa mecanización) cual el segar o labrar, estaba reservado a los hombres, eran las mujeres las encargadas de ordeñar el ganado, aprestar y guiar la yunta, acarrear agua y forrajes, ayudar a limpiar los establos, atender la cocina, cuidar el gochu, y mil trabajos más que impedían cualquier merecido descanso o tardío levantar. Todas las casas tenían horno para cocer pan, y este era objeto de amasado y fermentado tres o cuatro veces cada mes, a cargo de la mujer ama de la casa, que previamente se había ocupado de llevar el grano al molino, y de guardar la harina en la panera. A esta había de subir ella misma o la nuera, con la frecuencia necesaria a la de abastecer el pote del yar con el tocino y demás ingredientes del caldo diario, y donde el gurupo de las tardes había de estar a punto por ser la cena de toda la familia.
Había mil tareas en el diario quehacer de aquella pequeña y simple empresa del minifundio occidental que, por su propia naturaleza estaban adscritas al trabajo femenino: atender a los hijos, coser y recoser las ropas de diario, repasar calcetines y escarpines, lavar y aprestar ropas de cama, hacer la comida para toda la familia, atender al ganado, cuidar del cerdo, etc. porque todas las labores caseras estaban a su cargo, sin vacaciones, sin permiso de maternidad, lejos de médicos y ambulatorios, y con trabajos redoblados en días de fiesta o asueto pueblerino. Cosas que hoy parecen ser de obligado disfrute y contribuyen a aliviar nuestros trabajos (la electricidad, el teléfono, las neveras y congeladores, la lavadora, el televisor, el servicio de internet o la simple traída de aguas) eran desconocidas en aquel ambiente del minifundio esclavizante y piojoso, carente de cualquier horizonte de mejora sustancial.
En toda ellas brilló el trabajo femenino, de las mujeres de cada casa, como el alma de un ritmo productivo que mantuvo el equilibrio, administrando su escasa rentabilidad, dando alegría a cuantos en la empresa se involucraban, y conservando las esencias de una ejemplar conducta familiar de trabajo y honorabilidad. Como muy bien me dijo alguna de ellas, –mis hijas y yo ganamos el jornal de cada día, trabajando en la casa-. Y parece que ya nos ha llegado la hora de reconocer (entre olas de machismo y feminismo alborotados) que de siempre ha sido la mujer campesina de nuestra tierra, la que sin desmayo ha luchado y vencido en las rudas y complejas tareas del minifundio campesino del occidente astur, y que, al mismo tiempo, ha sabido ser una excelente madre de toda una constelación de mujeres esclarecidas y hombres ilustres que han brillado a lo largo de muchas generaciones, en los más altos puestos de la historia, para el engrandecimiento de la patria que las vio nacer.
Oviedo, mayo de 2020
Julio Antº Fernández Lamuño
Perito Agrícola desde 1946
Ingeniero Técnico desde 1975
2 Comentarios
Muchas Felicidades Julio, como siempre, da gusto leer tus hermosas palabras.
Y muchas gracias por acordarte de nosotras.
Leyendo este artículo se me agolpan algunos recuerdos de mi infancia y del comercio que en mi casa había, en ese suroccidente asturiano del que Julio habla.
Aunque son recuerdos más recientes, pues nací en el último cuarto del siglo XX, me llamaba mucho la atención un patrón que siempre se repetía. Llegaba el matrimonio al comercio, él paisano se iba a la zona del bar a charlar con mi buelo y la paisana a hacer la compra, para al finalizar llamarlo a él para que efecturara el pago.
A pesar de la carga familiar y del gran trabajo que desarrollaban nunca fueron dueñas de «las perras».
Mucho esfuerzo ha costado ir superando estas desigualdades, si bien sigue siendo necesario la búsqueda de la paridad de género, y no solo, en el suroccidente asturiano.