JOSÉ MANUEL PARDO MÉNDEZ
A lo largo de cuatro artículos se hace un breve recorrido sobre el vino y la viticultura Asturiana. Se habla de la historia del vino en Asturias, se comentan algunos interesantes aspectos etnográficos y culturales de la zona relacionados con la vitivinicultura y por último, se analiza brevemente desde el punto de vista técnico el cultivo del viñedo en el territorio y se dan unas recomendaciones a la hora de acometer nuevas plantaciones.
El viñedo asturiano: Presente y futuro
En los anteriores artículos se han analizado brevemente la historia y algunos aspectos etnográficos en relación con la vitivinicultura en Asturias, puesto que, al tratarse de un cultivo con una honda tradición, se entiende mucho mejor tras conocer todo lo que hay detrás.
Tras descubrir de manera somera la trayectoria de la vitivinicultura en el Principado, en el siguiente artículo se describen algunas de las características del viñedo actualmente. Las explicaciones se centran en los concejos con mayor superficie de cultivo a día de hoy, Cangas del Narcea e Ibias.
Paralelamente, se realizan una serie de recomendaciones técnicas para el cultivo, en especial de cara a establecer nuevas plantaciones. Considero muy importante el realizar las nuevas plantaciones de manera planificada, ya que se trata de una inversión a largo plazo y de la buena ejecución dependerá el futuro de las viñas.
Comenzaremos hablando del elemento que más condiciona toda actividad agrícola, sobre el que ni el viticultor ni los técnicos podemos actuar, si no adaptarnos lo más posible a él. Se trata del clima.
Si por algo se ha conservado el viñedo en esta zona de Asturias, además de por el empeño de sus gentes, es por las especiales condiciones climáticas que posee, diferentes a las del resto de la región.
La mayor parte de Asturias posee un clima marcadamente oceánico, con temperaturas moderadas, influenciadas por vientos del noroeste, con una pluviometría y nubosidad elevadas. Estas condiciones no son propicias para el cultivo de la vid, pues la excesiva humedad favorece los ataques de enfermedades criptogámicas, y además, la uva no consigue una maduración óptima.
Sin embargo, la accidentada orografía de los concejos vitícolas asturianos, que por un lado los ha mantenido aislados del resto del Principado durante muchos años, ha favorecido la presencia de unas condiciones climáticas favorables al cultivo del viñedo.
Las sierras de Bobia y Rañadoiro, entre las que se enmarcan, actúan como barrera, provocando un estancamiento de las nubes en la ladera norte. Mientras, en la ladera sur, dónde se sitúan estos concejos, se produce una zona de marcado efecto Foehn, con vientos secos y calientes. Este microclima más seco, con temperaturas más elevadas que el resto de Asturias, es propicio para el buen desarrollo del viñedo.
Además de los siglos de historia que posee el cultivo, todos los índices climáticos propios de la vid, calculados en estudios realizados para Cangas del Narcea e Ibias, muestran que, a nivel climático el cultivo es totalmente viable en la zona de cara a la elaboración de vinos de calidad.
Si bien no podemos olvidar que nos seguimos encontrando en una zona límite para la viña, por lo que siempre se deben tener en cuenta las limitaciones impuestas por el clima. Además, la accidentada orografía de la zona hace que a nivel microclimático, una parcela situada a 100 metros en línea recta de otra pueda no ser adecuada para el cultivo, o al menos para una determinada variedad.
Por lo tanto, y más a la hora de emprender plantaciones en zonas dónde no tengamos referencias históricas de la existencia de viñedo en ese lugar en concreto, será necesario un estudio de cada parcela en particular para una elección ajustada de material vegetal y sistemas de cultivo.
Se deberán tener en cuenta cuestiones cómo altitud de la parcela en cuestión, la orientación, y demás factores, ya que el clima, al igual que el suelo, y otras condiciones naturales, se trata de un factor permanente al que el viticultor se debe adaptar optando por las opciones más adecuadas para su parcela.
En cuanto al suelo, en general en la mayoría de zonas de viñedo o con vocación vitícola, estos son en su mayoría franco arenosos, pizarrosos, sueltos y ácidos. Estas condiciones son propicias para un buen desarrollo del viñedo.
Por lo general, en viñedos ya implantados presentan niveles bajos o muy bajos de materia orgánica y de potasio, normales de nitrógeno y, en muchos casos, niveles de fósforo muy elevados. Los niveles de fertilidad del suelo, como es de suponer varían enormemente de unas parcelas a otras en función del manejo realizado por el viticultor en cuestión.
Generalmente los viñedos se ubican en ladera, con una pendiente importante, por lo que la profundidad del suelo suele ser escasa. Así mismo, la pedregosidad es importante en la mayoría de viñas, estando muchas cepas situadas prácticamente encima de la roca madre.
El estudio del suelo es muy importante para la toma de decisiones, tanto antes de implantar el viñedo como en viñedos ya implantados. Antes de acometer una plantación, es clave realizar un análisis de la fertilidad y, a ser posible un examen de perfiles. Esto nos ayudará a tomar decisiones. Así mismo, el análisis periódico de la fertilidad del suelo es clave para un abonado correcto de las viñas.
En términos generales, la fertilización del viñedo resulta compleja, por la cantidad de factores de la producción vitícola (medio, planta y técnicas de cultivo). A continuación, vamos a dar unos valores orientativos para el abonado de plantación, sin perjuicio de los análisis que como ya dijimos son imprescindibles en el ámbito de una explotación racional.
Distinguiremos entre abonado orgánico y abonado mineral.
Para el primero, una referencia a tener en cuenta podría ser la aplicación de unas 25 t/ha de un estiércol tradicional, distribuido superficialmente y enterrado mediante labores superficiales.
Este aporte se disminuirá o suprimirá ante suelos con niveles elevados de MO, condiciones favorables para su mineralización y aplicación de MO poco estable y de relación C/N baja, que suponen una importante disponibilidad de nitrógeno, perjudicial para las cepas.
En cuanto al abonado mineral, una referencia para el abonado mineral de fondo puede responder a los siguientes intervalos: 100-400 kg P2O5/ha, 200-600 kg K2O/ha y 50-150 kg MgO/ha. Los niveles más elevados se corresponden con suelos poco fértiles y/o de textura arcillosa. En el caso concreto del potasio, las cantidades deberán reducirse en suelos ricos en este elemento, sueltos, de reacción ácida y siempre que se prevea una situación favorable para la carencia de magnesio (antagonismo). El nitrógeno no se aconseja en el abonado de plantación, para evitar posibles pérdidas y los efectos negativos que se deducen del exceso de vigor en plantaciones jóvenes (mal agostamiento y desequilibrio entre parte aérea y sistema radicular).
En esta zona suele ser necesario aplicar enmiendas de tipo mineral (“encalados”) para la corrección del bajo pH que caracteriza a los suelos ácidos (pH<6). Los aportes recomendados se sitúan entre 2.000 kg CaO/ha en suelos arenosos y 6.000 kg CaO/ha en suelos muy arcillosos.
En cuanto a los abonados de mantenimiento, se decidirán en función de los objetivos de la explotación, de las exportaciones y de otros factores con incidencia en la nutrición. Siempre se tendrán en cuenta los valores obtenidos en análisis de suelo y foliares con el fin de realizar una fertilización racional.
Uno de los aspectos con más importancia a la hora de planificar cualquier plantación es la elección de variedades.
En el caso del viñedo en la zona esta elección es relativamente sencilla. Los asturianos podemos presumir de poseer cuatro variedades autóctonas altamente adaptadas al clima y los suelos de esta comarca vitícola. Estas variedades constituyen un importante patrimonio genético y permiten diferenciar a los vinos asturianos del resto de vinos del mundo.
Las cepas autóctonas Albarín blanco, Albarín negro, Carrasquín y Verdejo negro, son una apuesta segura a la hora de acometer un proyecto de plantación en la zona.
La mayoría de los antiguos viñedos son de variedades tintas, principalmente las tres autóctonas, a las que se une la Mencía. Estas variedades se encuentran mezcladas entre sí en las hileras, a diferencia de las nuevas plantaciones, las cuales se hacen separando las variedades en el terreno. Por su parte, el Albarín blanco, testimonial en los viejos viñedos ha sido la variedad más plantada en los últimos años.
Si bien todas se encuentran bien adaptadas al terreno, cada una posee diferentes características agronómicas y potencial enológico. Por lo tanto, la elección de una u otra variedad para un nuevo viñedo vendrá siempre precedida de un estudio, tanto técnico como económico. Esto nos evitará siempre problemas en el futuro.
Por ejemplo, la variedad Carrasquín presenta un ciclo largo, por lo que no sería la más adecuada para implantar un viñedo en una zona alta o en una ladera con menos horas de sol. En estas zonas, sin embargo, podría ser viable una plantación de Albarín blanco o Verdejo negro, variedades con ciclo más corto.
No menos importante que la elección de la variedad, lo es la adecuada elección del portainjerto que mejor se adapte a las condiciones de la parcela a plantar. Se trata este de un elemento fundamental en el establecimiento de una plantación al condicionar el desarrollo de las plantas, el rendimiento y la calidad de la cosecha, así como el vigor y la perennidad de la viña.
El portainjerto predominante en los viejos viñedos de la zona es el Rupestris de Lot, mientras que en las nuevas plantaciones el más empleado ha sido el 110R.
No obstante, no debemos dejarnos llevar por lo que haga la mayoría, o se haya hecho hasta ahora que, si bien puede ser acertado, puede no ser lo más conveniente.
Deben tenerse en cuenta las características de la parcela a plantar y adoptar un patrón que se adapte a ellas. Es muy importante que presente resistencia suficiente a filoxera, a nematodos (especialmente en replantaciones), y en esta zona sería así mismo conveniente evitar patrones que sean sensibles a la acidez del suelo. También, en caso de plantar en terrenos en ladera, en los que la falta de agua pueda ser un problema, no conviene optar por patrones que sean sensibles a la sequía. En cuanto al vigor conferido, y especialmente cuando se opta por la variedad Albarín blanco en terrenos fuertes, es preferible evitar portainjertos de elevado vigor. Cuando se realizan plantaciones en zonas límite (en altura, zonas poco soleadas), tampoco es recomendable el empleo de patrones que alarguen el ciclo vegetativo, pues la maduración podría verse comprometida. Esto tiene menos importancia en laderas bien expuestas.
En resumen, de la buena combinación variedad-patrón va a depender en buena medida el futuro del viñedo.
Una vez elegidos variedad y patrón, otra de las decisiones que debemos tomar y que condicionarán el futuro de la plantación es el sistema de conducción del viñedo.
Estas son las técnicas escogidas por el viticultor para el establecimiento de la viña y el control de su desarrollo.
La importancia de esta decisión radica en que algunos factores no son modificables y comprometen la conducción del viñedo para un largo periodo.
Dentro de los sistemas de conducción del viñedo se deben decidir una serie de factores como son, la densidad de plantación, el número de cepas por unidad de superficie, y el marco de plantación, distancia entre calles y entre cepas dentro de la calle.
Para ello deben tenerse en cuenta factores como la legislación vigente, el clima y suelo de nuestro viñedo, la mecanización que se vaya a emplear además de criterios económicos.
En general, y de cara a la calidad, son preferibles densidades de plantación más altas, con el fin de establecer una competencia entre las cepas, lo cual incrementa la calidad. Así mismo, en zonas húmedas como la que nos ocupa, es conveniente incrementar la densidad de plantación con el fin de reducir el vigor para evitar elevados niveles de humedad en el interior de las cepas, que causarían problemas.
Obviamente, en viñas con peores condiciones de suelo la densidad será menor. Esta siempre estará condicionada por el factor más limitante. La anchura de la maquinaria disponible en la explotación no debería ser el criterio que defina este parámetro, si no que esta debe ser adoptada bajo criterios técnicos.
En cuanto a la distancia entre cepas, se tendrá en cuenta el sistema de formación. La distancia entre yemas dentro de las varas, también será un condicionante a la hora de podar. Se dispondrán a mayor distancia entre sí variedades como el albarín blanco, con mayor distancia entre nudos.
Si bien, en los viñedos antiguos son muy frecuentes marcos de plantación en torno a 1-1,10 metros entre filas y la misma distancia entre cepas, de cara a una explotación adaptada a la mecanización actual, son recomendables marcos mayores.
En general, distancias entre calles en torno a los dos metros, y entre cepas entre 0,90 y 1,10 metros se consideran adecuadas, si se opta por emplear formaciones en Guyot o cordón simple. En caso de optar por cordón bilateral o Guyot doble las distancias pueden estar en torno a 1,2 m o algo más.
Así mismo, es importante a la hora de diseñar el viñedo disponer de vías de servicio amplias para facilitar las labores de la maquinaria. En viñedos en bancales, que estos estén comunicados entre sí es una gran ventaja a la hora de trabajar.
La orientación de las filas, en la mayoría de los casos, en esta zona viene condicionada por la topografía, ya que, en pendientes fuertes o muy fuertes las filas siguen las curvas de nivel o se realizan bancales. Para pendientes medias a débiles la plantación se hace en el sentido de la pendiente.
Sin embargo, si tenemos la posibilidad, y con el fin de conseguir el máximo de luz solar activa beneficiosa para la vegetación y fructificación sería deseable que la dirección de las hileras fuera NE a SO. Esta orientación proporciona luz solar abundante durante las primeras de la mañana, disminuyendo la prolongación de los rocíos matutinos favorecedores de enfermedades criptogámicas. Mientras, por la tarde, la radiación solar con esta orientación es menor, lo que reduce los “golpes de sol” y “escaldados” del fruto cuando ha llegado a su madurez.
Cuando sea posible, y con vistas a una mecanización del cultivo más sencilla y a la disminución de costes de implantación de espalderas, se recomienda la plantación en el sentido de mayor longitud de la parcela.
José Manuel Pardo Méndez. col 684
Ingeniero Técnico Agrícola.
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