JOSÉ MANUEL PARDO MÉNDEZ
A lo largo de cuatro artículos se hace un breve recorrido sobre el vino y la viticultura Asturiana. Se habla de la historia del vino en Asturias, se comentan algunos interesantes aspectos etnográficos y culturales de la zona relacionados con la vitivinicultura y por último, se analiza brevemente desde el punto de vista técnico el cultivo del viñedo en el territorio y se dan unas recomendaciones a la hora de acometer nuevas plantaciones.
Ya hemos visto que esta zona de Asturias tiene una larga historia en torno al viñedo y al vino.
Este cultivo y esta bebida forman parte de la cultura y la tradición de estos concejos, y en esta zona aún podemos encontrar elementos, costumbres y formas de cultivo en uso con una tradición secular, difíciles de observar en otras zonas vitícolas, de las cuales han desaparecido hace muchos años.
Prueba de la honda tradición que posee el cultivo en la zona son la cantidad de términos propios para designar diferentes labores de cultivo del viñedo (afeitar, esmamonar, recebar…), partes de la anatomía de las cepas (fiador, varatón, mamón…).
También se han conservado hasta épocas muy recientes medidas antiguas de capacidad del vino cómo la cuepa (32,5 l.), la canada (4,5 l.), el cuartillo (0,43 l.), que convivían en las bodegas con los litros, decalitros y hectólitros.
En las bodegas tradicionales del suroccidente asturiano se ha conservado así mismo un recipiente y manera muy singular de beber el vino, que tiene probablemente milenios de historia. Se trata del cacho, una escudilla de madera torneada empleada para beber el vino, generalmente de manera compartida en las bodegas. También se emplea en trasiegos y otras labores durante la elaboración tradicional del vino. El empleo de este recipiente se remontaría a muchos siglos atrás, pues, ya en el siglo I, Estrabón citaba que en las montañas cantábricas sus habitantes bebían de vasos de madera.
Incluso existe una palabra para designar un oficio, el cachicán, capataz encargado de dirigir los trabajos en viñedos y bodegas.
Otro elemento tradicional digno de mención son alguno de los barrios de bodegas tradicionales que existen todavía en algunos pueblos de Cangas del Narcea, como Tebongo, Santiso o Ponticiella, entre otros.
En algunas bodegas tradicionales de la zona se encuentran lagares de viga con siglos de antigüedad, además de otros elementos como tinas, en las que se fermentaba el vino, maseiros realizados con troncos de castaño vaciados en los que se realizaba la pisa de la uva, bocineras, en las que se trasladaba la uva desde las viñas a las bodegas, goxos y maniegos, de madera de castaño y avellano, en los que se recogía la uva, entre otros muchos elementos con mucha historia detrás.
En las bodegas tradicionales del suroccidente asturiano se ha conservado así mismo un recipiente y manera muy singular de beber el vino, que tiene probablemente milenios de historia. Se trata del cacho, una escudilla de madera torneada empleada para beber el vino, generalmente de manera compartida en las bodegas. También se emplea en trasiegos y otras labores durante la elaboración tradicional del vino. El empleo de este recipiente se remontaría a muchos siglos atrás, pues, ya en el siglo I, Estrabón citaba que en las montañas cantábricas sus habitantes bebían de vasos de madera.
Incluso existe una palabra para designar un oficio, el cachicán, capataz encargado de dirigir los trabajos en viñedos y bodegas.
Otro elemento tradicional digno de mención son alguno de los barrios de bodegas tradicionales que existen todavía en algunos pueblos de Cangas del Narcea, como Tebongo, Santiso o Ponticiella, entre otros.
En algunas bodegas tradicionales de la zona se encuentran lagares de viga con siglos de antigüedad, además de otros elementos como tinas, en las que se fermentaba el vino, maseiros realizados con troncos de castaño vaciados en los que se realizaba la pisa de la uva, bocineras, en las que se trasladaba la uva desde las viñas a las bodegas, goxos y maniegos, de madera de castaño y avellano, en los que se recogía la uva, entre otros muchos elementos con mucha historia detrás.
Sin embargo, desde mi punto de vista, el verdadero encanto de la vitivinicultura de la zona lo tenemos en los viñedos.
Nos encontramos en una zona, al igual que el resto de Asturias dotada de un paisaje especial.
Lejos de otras zonas vitícolas, dónde el viñedo es el cultivo dominante y copa buena parte del medio, en esta zona, los viñedos se mezclan con pastizales, tierras de labor, montes… creando una diversidad paisajística muy especial.
El suroccidente asturiano nos ofrece formaciones vitícolas que han desaparecido hace muchos años en otras zonas.
Lo primero que sorprende al visitante cuando se acerca al suroccidente asturiano a conocer nuestros viñedos suele ser la elevada pendiente de la mayoría de parcelas, en especial las parcelas de viñedos viejos.
Estos viejos viñedos, situados en laderas de pendientes de incluso más del 60% son la verdadera esencia del vino de la zona. En ellos, muchos de los cuales se plantaron durante la época de esplendor que vivió el vino en Cangas durante los primeros años del siglo XX, fue dónde se conservó la verdadera esencia del vino de la zona y en los que se conservaron las variedades autóctonas que hoy son la base de la Denominación de Origen.
Recorrerlos supone volver al pasado, y pensar en aquellos técnicos franceses que en su día, tras la crisis de la filoxera se trasladaron a la zona para instruir a los viticultores locales en materias como el injerto, la poda Guyot, la formación en espaldera o la preparación del caldo bordelés. También nos hace imaginar la dificultad de trabajarlos en aquellos años en los que todo estaba en contra. Probar los vinos elaborados con uvas de estas viñas en este entorno es una gran experiencia.
Otras formaciones vitícolas que son dignas de visita son los emparrados que se conservan en algunas aldeas del concejo de Ibias.
La formación en parra se trata de un tipo de formación del viñedo en la cual las cepas se disponen sobre una empalizada horizontal situada a cierta altura del suelo, generalmente a unos 1,80-2 metros.
En el caso de los emparrados del concejo de Ibias, la estructura que sustenta las cepas es de madera de castaño, lo que hace aún más interesante su visita.
Se encuentran varios tipos de parrales en este concejo, como los que se sitúan delante de las casas, o los de las cabañas de la viña, tipologías que también se encuentran en otros concejos limítrofes.
Sin embargo, la tipología con más interés, que resulta un verdadero tesoro etnográfico son los «parrales de camino´´.
Estos emparrados, antaño, como ya cita el compañero Julio Antonio Fernández Lamuño en su Informe sobre Ibias y Degaña en 1958, existían en todos los pueblos, cubriendo grandes extensiones de caminos y plazas públicas.
Hoy únicamente persisten en una serie de pueblos cómo Omente, Alguerdo, Seroiro, Uría o Dou.
Visitar estas aldeas y ver los emparrados nos permite ver formaciones vitícolas que no son otra cosa que un aprovechamiento del terreno. De esta manera, el camino no era únicamente una vía de paso, las parras permitían obtener un rendimiento de un espacio común, a la vez que proporcionaban sombra en los meses más cálidos del año.
La cultura vitivinícola del suroccidente asturiano esconde muchos más secretos, pero la mejor manera de descubrirlos es acercándose a la zona para conocerlos.
José Manuel Pardo Méndez. col 684
Ingeniero Técnico Agrícola.
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